No lo pude prever. De alguna forma presentía que iba a llover pero aún así decidí salir del trabajo porque un minuto más en esa oficina terminaría por asfixiarme aquella tarde. Sin embargo, todo salió peor y quizá lo mejor hubiera sido quedarme en la oficina y terminar algunos de los muchos pendientes que tenía esa semana. Eso mismo pensé aquel día en el que, a medio camino para abordar el metro, me quedé atrapado en el aguacero más grande que había visto en mi vida. Y que había sentido. Porque del lugar en donde me encontraba cuando se soltó al lugar que hallé para refugiarme me mojé más que cuando me aventaron a la alberca los de la preparatoria en nuestro viaje de graduación. Y eso que el refugio no estaba a más de veinte pasos, si no mal recuerdo. Para mí fue un alivio llegar a ese techo que nos proveía la parte exterior de una tienda de muebles finos y me sentí aún más aliviado al ver que los papeles que llevaba en la carpeta de cuero –regalo de un intercambio de navidad en el que yo dí un disco compacto de los Gun's and Roses que me costó carísimo y que después mi secretaria me confesó no haberlo escuchado aún–, no se habían mojado.
La lluvia caía a chorros y no parecía ceder sino todo lo contrario: comenzaba a granizar. Cuando me dí cuenta de que eso iba para largo busqué algo qué hacer mientras y como no encontré nada mejor me puse a jugar con mi celular: un jueguito de una nave espacial que va disparando burbujas al que nunca le había entendido. Esa vez no fue la excepción. Guardé el juguetito y busqué algo qué leer. Sólo papeles del trabajo. Aburridos formatos para llenar, escritos para corregir y cartas para mandar. No conozco otra cosa más desesperante que estar en un lugar en el que no puedes hacer nada pero tampoco te puedes ir. Encendí un cigarro. Hubiera sido insoportable estar allí si Ella no se hubiera acercado con su melodiosa voz a pedirme uno. Me quedé estupefacto –es el único que tengo– fue lo único que se me ocurrió decir a la vez que estiraba la mano para ofrecérselo. Ella lo tomó con una sonrisa amable y le dio las tres antes de devolvérmelo.
Su cabello rubio estaba mojado y aparentaba ser más oscuro de lo que en realidad era, su blusa –también mojada– dejaba claro que tenía frío y sus pies calzados apenas por unas sandalias indicaban que tampoco había previsto el aguacero. Para ese entonces seguía llegando más gente al refugio de tal forma que quedé a dos o tres cuerpos de distancia de la rubia y sólo podía verla de perfil. Era perfecta, la mujer que había imaginado en muchas ocasiones como imposible ahora estaba frente a mí, de perfil y me había pedido un cigarro diez minutos atrás. Debí aprovechar ese momento para hacerle la plática o por lo menos no debí de separarme mucho de ella. Por otra parte, mi posición tenía la ventaja de que podía verla todo lo que quisiera sin que ella lo notara, o por lo menos eso creía yo. La contemplé durante todo el tiempo que duró ese aguacero y así el tiempo pasó más rápido.
La lluvia comenzaba a mermar y la gente a irse. Poco a poco el lugar fue quedando vacío de nuevo, las personas volvían a caminar por las calles e incluso algunos se paraban en las esquinas a esperar el transporte. Como no quería que se mojaran mis papeles y como no podía dejar de ver a la rubia, me esperé en el lugar hasta que todos se fueron menos Ella y yo. Entonces me dirigió una mirada por una fracción de segundo lo que yo interpreté como coqueteo. Sus pies comenzaron a moverse, sus caderas a contonearse y su olor a desvanecerse. En ese momento tuve un deseo excesivo de no separarme de Ella. Cuando me dí cuenta la estaba siguiendo, dos o tres cuadras por lo menos, siendo que mi camino apuntaba a la dirección contraria. Aún así no podía reaccionar, una fuerza mucho más grande que mi voluntad me obligaba a seguir sus pasos, a caminar sobre sus huellas guiado por la estela mágica de su aroma. No supe por dónde ni cuánto tiempo caminé, era de noche y no podía reconocer nada a mi alrededor. El barrio al que llegamos carecía notablemente de alumbrado público y sólo se veía a lo lejos la luz proveniente de una casa solitaria en medio de la nada. Quizá me encontraba cerca de una carretera. Fue entonces cuando me entró el miedo y la preocupación sobre la manera en la que iba a volver a mi casa. Pero ya era demasiado tarde y había dedicado tanto tiempo a seguirla, que regresar a buscar un taxi en ese momento me pareció estúpido. Decidí seguirla hasta la casa, que era hacia donde evidentemente Ella se dirigía. Ahí le hablaría y quizá le pediría quedarme a dormir si es que no se espantaba y llamaba a la policía antes.
Quedé sorprendido cuando se metió y dejó la puerta abierta. Entré unos segundos después y la cerré cuidadosamente. Por un momento pensé si estaba haciendo lo correcto, pero me pareció que si ya había llegado tan lejos debía de continuar a toda costa. Entonces me dí cuenta de que se había metido al baño y estaba tomando una ducha. El ruido de la regadera hizo que la imaginara: las gotas cayendo sobre su piel desnuda y deteniéndose por un momento sobre su vello púbico para caer finalmente a sus pies. Envidié a las gotas en su corto recorrido, al jabón y al enjuague, a la esponja y a la toalla con la que se secaría. Sentí ganas de poseerla en ese momento, de meterme a la ducha y terminar con la angustia de estar a unos metros de mi sueño imposible sin ser parte de él. Cuando cerró la llave de la regadera me sentí desolado. Me hubiera marchado en ese momento si Ella, al salir del baño, no me hubiera mirado con una expresión de indiferencia y me hubiera ordenado que me bañara y que después la viera en el cuarto. No lo pensé dos veces. Dejé la carpeta en una mesita que se encontraba cerca del sofá donde estaba sentado yo segundos antes, me quité la ropa y me metí al baño. Hice como que me bañaba pero lo más seguro es que aquella vez rompí mi marca personal de cinco minutos. Me sequé lo más rápido que pude y traté de que los calzoncillos ocultaran un poco mi erección. Entré a su cuarto, estaba exageradamente ordenado y olía a Ella. La alfombra terminó de secar mis pies y en pocos segundos me metí en la cama donde me esperaba desnuda. No dijo una sola palabra y comenzó a besarme. A partir de ese momento una sensación de somnolencia se apoderó de mí.
Nunca supe si lo hicimos porque el placer que pude haber sentido indudablemente se inhibió con el estado de estupefacción en el que me encontraba. Sólo sé que desperté en una casa totalmente distinta a la suya y a la mía, que mis parientes iban a visitarme ese día, que nunca existió una persona con la descripción física que yo daba, que la pareja de ancianos que maté estaba al borde de la tumba pero eso no me daba ningún derecho, que el juez tuvo consideración por mi estado mental. En fin, mi sueño perfecto fue tan rápido y confuso que nunca sabré si ese día se convirtió en realidad o si simplemente lo soñé por última vez.
Giles
Wow... buena... muy buena!
ResponderEliminarEsta bastante bien...pero creo que apresuraste el final y eso rompio con el ritmo. De ser detallista te volviste esquematico.
ResponderEliminarEsto lo hago por tu bien...jijiji
Sí, lo sé Ix.
ResponderEliminarGenial maestro, me atrapaste, pero tengo la impresión de que al final me dejabas ir deliveradamente.
ResponderEliminarMuy chingon. A huevo.
La primera vez que lo leí estaba bien envuelta en la historia, pero pensé que tal vez el final sí había estado medio apresurado, pero la segunda vez que lo leí, no se si me debrayé demasiado, pero me dije "si el wey era impulsivo y no tenía una mente estructurada el final tenía que ser congruente" y entonces ya no le cambiaba nada, me gustó muchísimo!
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