sábado, 28 de agosto de 2010

ÍTACA

Para Karla Elizabeth


No hay pues mujer más sola,
más tristemente sola,
que la que quiere amar a un hombre triste.

Piedad Bonnett

Introducción:

Hace más de seis meses el cliente de un bar, del centro de la ciudad, gentilmente nos hizo llegar un conjunto de manuscritos. Al principio parecían no ser importantes, sólo unas notas, unos poemas, unos relatos, escritos por algún parroquiano, olvidados accidentalmente.
Pero, después de un riguroso análisis, consideramos que, aunque los escritos carecen de valor literario, sí es apreciable su carácter testimonial.
Así pues decidimos publicarlos. El lector juzgará si fue acertada la idea. Todo, al final, era firmado con el seudónimo “Orfebre”. Así le atribuimos la autoría. Pero, si hemos incurrido en un error, ofrecemos disculpas.

Los Editores

Sábado

Te miraba, como los demás días. Un poco en secreto, reservado. Tomaba el vaso y daba un sorbo. Mirarte y esperar que llegaras hasta mí, a las mesas cercanas, atendiendo a otras personas, sin parar en el día, como los otros días. Todos los sábados. Alguna vez te esperé en las escaleras del metro Merced, cuando todavía funcionaba esa línea, antes de inundarse. Te esperaba arriba, entre otros y no sé si me miraste. Recuerdo aquel día cuando llegué hasta ti con el poema del ángel y te pregunté si te gustaba la poesía. Con los ojos lejanos, enojados, respondiste que no, nada, nadita. Y me emborraché. Y creo recordar un momento, en el restaurante, frente a ti, cuando leía, con voz alta y poca fortuna, el poema y todos reían o chiflaban o alguno ponía atención.

Martes

No te pedía algo para darme. Sólo eso que me servías los días que pude verte. Llegaba y sabía que yo nunca pertenecería a ese lugar, establecido en el olvido.
Veía a los demás en su mínima condición, en sus delirios; en la tristeza de repetirse y sin poder, al otro día, recordarlo; condenados a rondar en círculos, desperdiciando su tiempo en el mismo espacio.
A veces acercándose unos a otros en su increíble soledad. Asilados en los vericuetos del vicio, ensordecidos por las idénticas canciones, arropados en la tibia mortaja que su próximo destino les anticipaba.
Comunicados entre si no por un lenguaje común, no por vanos ideales, ni siquiera por el deseo de morir instantáneamente: sometidos por tu fuerza de atracción indefinible, tu energía no mesurable.



Jueves

Todavía recuerdo el primer día que entré a esta fonda. No sé por qué lo hice. Había cruzado, durante años, por enfrente y siempre me pareció ver, al interior, un cuadro desolador.
Pero ingresé con un poco de temor y quería ser visto como un tipo más. Pero la clientela se resumía en un par de muchachos, dando la espalda a la calle, como bebiendo en secreto. Pregunté por las marcas de cerveza y pedí una, poco convencido.
Afuera, casi a la entrada, apostadas en hilera, varias mujeres aguardaban: un hombre, la lluvia, la benigna sombra de la tarde.
Busqué refugio en la vitrola, las monedas activaron el vetusto mecanismo y contemplé cómo los pequeños acetatos eran acomodados, en la rueca de metal, para su turbia reproducción.
Entristecido por el rasposo sonido bebí de prisa y me retiré sin saber que un día, años después, le escribiría un poema a este sitio, como si fuera el Origen y el Destino del navegante. Sólo porque aquí tú estuviste.

Miércoles

Hoy regreso al lugar donde te vi por última vez.
Miro las mesas cubiertas ahora con manteles, un hule transparente los protege, y hay unas macetas pequeñas, en el centro, a modo de floreros, rebosando rojas flores.
Se diría que han embellecido el lugar, recién pintado, el piso limpio, la cocina pulida, los refrigeradores con los cristales impecables.
Sin embargo no hay clientela. Los curiosos no deciden el siguiente paso y se alejan.
Otros miran con insistencia al interior y al no encontrar lo buscado se retiran. Pocos observan el menú ofrecido.
Alguien entra, deja su mochila sobre la mesa, acomoda una silla y se sienta. Eligió una mesa al fondo. Con un ademan pide una cerveza. La nueva mesera entiende y se la lleva.
Nadie sabe si deseará quedarse, si beberá más, si alterará este silencio de antiguo tugurio sin canciones.

Domingo

Tu belleza es mi estrella polar: entre abruptas corrientes, repentinos escollos, tormentas impredecibles, tu luz, tremenda e impasible, me protege.
Tu bello rostro no requiere verse recreado, constantemente, en el interior de un estuche de maquillaje, no necesita ser retocado por pinceles o esponjitas.
Tú dispones de todos los elementos naturales y con ellos elaboras tu composición armónica.
Por ejemplo, el viento no tendría razón de ser sin tu largo cabello, sin el deseo de reflejarse en su movimiento, en su color de abismo.
O el sol, para qué aparecería, día con día, sino para darles presencia y volumen a los objetos que te rodean, haciéndolos surgir de entre las tinieblas.
En su colosal tarea, la tierra gira para mostrarte los días y las noches, la lluvia de estrellas, el arcoíris, la cúpula azul de la mañana.
Y la lluvia que contigo llega, en Junio, y se extiende sobre esta desilusionada ciudad. Y tú la haces feliz por tenerte en sus calles centrales.
Ciudad descolorida, temerosa de que pronto te vayas y nos dejes afrontando un invierno más sin tus manos. Tus manos que sentiría, si las contuviera entre las mías, como un recipiente lleno de café caliente.

Viernes

Una linda chiquilla, abocada en registrar y luego cobrar el consumo, me preguntó: qué toma. Pedí una cerveza. La trajo ya destapada. Después llegaste, hermosa en tu falda corta y muy ajustada, con el pelo un poco revuelto. Regresabas de entregar, en cualquier sitio, unas comidas. Me miraste como se ve al mobiliario, al piso, al aire.
Te dirigiste a la vitrola, elegiste música. Cumbias y gruperas. Me miraste de nuevo y te sonreí: no hubo respuesta.
Afuera pasaba la gente, nos miraba. Me confundía la idea de no saber si yo era el espectáculo o al final yo disfrutaba la calle, el atardecer, las miradas.
Pagué y salí, recorrí las calles, hasta Fray Servando; entré a otro lugar. Estaba repleto y compartí la mesa con unos muchachos. Unas chicas bailaban solas, otras pasaron junto a mí, me miraron. Al rato todas tenían compañía. Sólo quedaba invitar la siguiente ronda o poner canciones en la vitrola.
Más tarde regresé hasta ti. Me miraste expectante o confundida. Me sentí aún más ebrio y cedí a tus canciones, al desconsuelo, a la noche.
Soñaba que tenía tu mano, la acariciaba con cuidado para revelar su textura, las huellas tan apreciables, tus dedos queriendo escribir en mi mano un mejor desenlace.
Debí quedarme en el sueño. Pero desperté y te vi, incesante, aplicada, moviendo mesas y sillas, a punto de clausurar para siempre este lugar tan cercano al limbo.

Lunes

“Ahora sé que los libros leídos, en años anteriores, contenían las claves para encontrarte. Pero lo entendí muy tarde. Ahora debo entrar a las librerías, sobre todo a esas a donde van a parar los libros repudiados, olvidados en el metro, los tirados a la basura o los extraviados y aún extrañados.
“Y en esos anaqueles, a veces ordenados, a veces en caos, buscaré los títulos fundamentales que contendrán tus referencias. Y entre sus líneas descifraré los códigos y mapas confiables. Y así emprenderé la búsqueda de tus ojos primordiales, de tu piel fundacional, de tu innegable presencia. Con la ventaja, ahora, de tener muy en claro la naturaleza de mi deseo”.
Cierro el cuaderno. Pero ya aprendí, a fuerza de no lograrlo, que nunca podré convocarte con la escritura. Y sin embargo todas las noches lo intento, en la misma mesa, frente al vaso de cristal semivacío.
Aprendí a reconocerme en el ridículo, en la pobre experiencia de mis años, en la fatal confirmación de no ser, aquello que haría la diferencia, ni en tus fantásticos sueños. Y continuar, a través de las señales inalterables de la vejez, de las guías desgastadas, mi historia sin consecuencias.
Para, al final de la cuenta, aceptar la imposible conversión de los destinos.
Y no soy el único. Aquí varios beben en silencio, hurgan en sus recuerdos, escuchan algo como partes de una sinfonía tétrica.
En la calle un hombre empieza a encender las bombillas de gas del alumbrado público. Y las baldosas, húmedas, quebradizas, se disminuyen, se vuelven sombra, piedras conversas adorando a la noche. La campana de un tranvía anuncia el final de la travesía. Y con la música de Luis Alcaraz, no al fondo sino abarcándolo todo, debo recordarte sin concesiones.

FIN

Nota final:


Por ética profesional nos dimos a la tarea de localizar a nuestro espontáneo colaborador y así constatar, de una vez, si todo lo publicado era de su autoría. Sólo contábamos con la dirección de un correo electrónico, el número de un teléfono que nunca contestaban, unas cartas sin remitente, piezas todas halladas entre los escritos.
Pero en el camino surgieron más dudas que certezas. Una comunicación anónima nos condujo hasta uno de los hospitales psiquiátricos de Acolman. Ahí encontramos a un paciente que se hace llamar Orfebre y durante el día se dedica a garabatear las hojas de un cuaderno. Por la noche, insomne crónico, balbucea historias sin principio ni final. No sin pesar abandonamos el establecimiento medico.
Después decidimos no publicar el resto de los escritos. Quizá sea lo más prudente.
(Aunque, dicen, los que lo conocieron, que los chineros lo encontraron entre los callejones, una de esas noches que bebió de más. Explicó, alardeando, que lo perseguían. Quería identidad con lo nulo.
Retador, presumió un ficticio revolver y le partieron la madre.
Le tuvieron lastima. Levantaron el guiñapo del lodo, le dieron tequila, lo animaron.
Durmió sin remordimientos su última borrachera: en el suelo del verano, sobre cartones.
Despertó y caminó hacia el Canal de la Viga, a unos pasos. Sus últimas monedas le aseguraron un pasaje.
Abordó la destartalada lancha de pasajeros.
Murió de pulmonía allá por Mixcoac. Su nombre real y completo, en la lápida, ya se borró.)

Los Editores

miércoles, 25 de agosto de 2010

Causas y azares

Recientemente Sofia me paso su Disco Perfecto de todos los tiempos y eras. El disco en cuestión es Al Final de este viaje de Silvio Rodríguez. Una noche después de una cervezas me dispuse a oírlo y ... fui transportada en el tiempo a mi infancia. Un desfile de recuerdos hermosos me inundó, mis juegos combinados con esas canciones que hasta ahora entiendo. Porque aunque me se las letras de arriba para abajo desde hace muchos años, se requiere de cierta edad y varias experiencias para poder apreciarlas completamente.

A partir de este experimento decidí buscar más música y me encontré otro disco Perfecto para mi larga lista: Causas y azares. Es un disco estupendo lleno de detalles fantásticos gracias a la colaboración de la orquesta Afrocuba.

He aquí dos muestras de lo que digo:






Las letras.

Es maravilloso tener amigos como Sofi con los cuales revivir la locura y la infancia y aumentar mis fanatismos.:D

viernes, 20 de agosto de 2010

Al atardecer

Ella cierra los ojos mientras toma el primer sorbo, para aprisionar en sus labios la primera impresión del café de la tarde. Una vez abiertos, pasean distraídos alternando su atención entre su lectura siempre interrumpida, los demás comensales y las últimas luces del día.

Él como siempre pide un café para seguir despierto. De no hacerlo podría quedarse dormido en el metro, pasarse dos o tres estaciones y llegar tarde otra vez.

Afuera, la luz rosa cambia el color de las cosas, aunque hace frío, la pared hierve, los cabellos se incendian. Pero nadie parece advertirlo, como cada día la magia del atardecer es despreciada por las sombras que cansadas vagan por la calle.

Normalmente indiferentes a telas, texturas, pieles y sonrisas sus ojos se posan en él. Es un blanco fácil, concentrado en si mismo, jamás notará que ella lo ve.

Como quien sueña con el beso del aire en la cara, él voltea hacia la calle y sonríe al ver cómo se esconde el sol detrás de los edificios grises y negros. Desprecia al día con su exageración de luz y calor. Espera el momento de abrir realmente los ojos a la noche y las estrellas.

La lectura despreciada se agita inconforme sobre la mesa al ver que ella sonríe cuando lo ve sonreír. Ella responde presionándola contra la mesa con la taza vacía de café. Está concentrada en la captura de sus gestos, quisiera tocar con sus ojos todo aquello que ve.

Se recarga en la silla, hace cómo que no tiene prisa. Sorbe despacio el café. Descansa la mirada en cualquier cosa. Gira sin pensarlo y ahí están esos ojos viéndolo en una caricia. ¿Por que no huyen?

La noche joven es una transición necesaria llena de un azul que duele al mirarlo. La calle toma sus tonos nocturnos y se transforma para albergar nuevas inquietudes y esperanzas.

-Te veía como llamándote tímidamente.-dice ella.
-Como llamándote tímidamente-repite él para hacer tiempo.

Y bailando se quedaron sus ojos largamente callados.

lunes, 16 de agosto de 2010

Agujero

He tratado de escribir pero no puedo.
He leído muchos cuentos estas últimas semanas. He ganando mucho insight de cómo escribir mejor mis propias ideas... pero no se como empezar.
Mi vida se complicó de pronto y ahora me encuentro en un momento poco creativo. A pesar de que como nunca antes tengo mucho material para crear historias.
Supongo que me estoy azotando de más, que todo lo que está pasando es grilla en pequeño y guerillas miniatura que se olvidarán después. Bueno quién sabe porque algunas cosas dejan huella.

miércoles, 11 de agosto de 2010

MANANTIAL

Para Karla Elizabeth



Sólo si tú quieres
Amanecerá
Y entonces el día
Se volverá
Luz entre flores,
Manzanas repartidas,
El aire en libros
Deshojándose.
Y hasta ti andaré
Para encontrar
El mítico manantial:
Tu silueta detallada
En belleza adrede,
Tu cuerpo fluyendo
Sin permiso
Para deslumbrar
O para dejarse describir.
Sólo si tú quieres
Al fin te veré,
Y ojalá descubra
Si eres mi ángel dulce
En el sueño posible
O sólo una valiosa alhaja
Para mi inaccesible.

ECCEHOMO

SI EL DESTINO,

EN SUEÑOS MALTRATADOS,

DE NUEVO

ME ALEJA

DEL MUNDO

ME SENTIRÈ

COMO EL ÀRBOL

AYER DERRIBADO:

NO VOLVERÈ

A COBIJAR NIDOS

NI AVES;

LA LLUVIA

NO REVERDECERÀ

EN MIS RAMAS;

Y NAVEGARÈ,

NO SÈ A DÒNDE,

POR UN RÌO

QUE YA NO RECUERDA

SI ALGUNA VEZ

AMPARÒ PECES.

domingo, 8 de agosto de 2010

Mosquitos

Como es bien sabido por los círculos científicos especializados en las patologías transmitidas por vectores epidemiológicos, los mosquitos son el principal enemigo del hombre en este aspecto. Entre las enfermedades que son capaces de transmitir se encuentran la malaria, el dengue y la fiebre amarilla. Se dice que el mosquito Anopheles es el principal vector de la malaria y de la fiebre amarilla, enfermedades con alto grado de mortandad para el ser humano. Por ello se ha acusado también a esta especie de ser el animal que más muertes humanas causa desde hace mucho tiempo.

No sólo estas enfermedades mortales son la razón de que estos insectos sean despreciables para el hombre, también se encuentran las molestas ronchas y el hecho de que zumben cerca de tu oído mientras intentas dormir por la noche. Hay algunas personas a las que los mosquitos prefieren picar (como el autor de esta entrada) y esto se debe en parte a los hábitos alimenticios de la persona, aunque también influye el grosor de la piel y la viscosidad de la sangre.

Hace poco, desesperado por no poder dormir a causa de los mosquitos, decidí comprar un insecticida del tipo que tiene laminitas y esparce el insecticida por el ambiente. Esto resultó ser bastante efectivo, aunque sentí irritada la garganta, en especial los primeros días. Yo creía que este era el único sacrificio de salud que debía hacer, pero apenas me enteré de que este tipo de insecticidas produce riesgos graves en la salud si se está expuesto al él durante algunos pocos días.

Por lo anterior decidí buscar alternativas para combatir a estos indeseables visitantes nocturnos y encontré este excelente artículo que muestra el estudio sobre los riesgos a la salud además de soluciones más naturales (y baratas) que las laminitas.

LaHuesuda.com - Dormir o morir