(Der Himmel über Berlin -1987)
Para Carlos Monsivais
Quién no quisiera haber sido ángel y caminar con su antigua coraza bajo el brazo, generosa herencia, en busca de la bella trapecista.
Renunciar a la inmortalidad, preferir la sed, el frío y el dolor. No tolerar más contemplar a las personas (sus vidas sin remedio, la bondad ocasional, la ternura negada) como un inútil testigo desde su altar de piedra.
Compartir los temores de la gente, los burdos trajes, el café, los colores. Amar el viento y el agua, componentes de nuestra materia frágil amparada en el débil soplo de lo divino.
Y el circo. El lugar donde algunas fantasías transcurren. Un mundo que termina, desarmados sus elementos, repartidos en una caravana, que promete volver por su estrella, pero a la que abandona irremisiblemente.
Y ella espera. Es más que un presagio amoroso. En sueños ha sentido al ángel, ha mirado su rostro. Pero ella no requiere alas para elevarse, para alcanzar el vértigo: su propia piel es el aire para volar. Porque nunca envidiará a aquellos, alados y puros, que sin pensar lo hacen.
Y entonces quién no quisiera mirarla entre la multitud, encontrarla vestida con el color rojo. Y ya no necesitar escuchar sus pensamientos. Y querer ser feliz y hablarle con las palabras recién adquiridas, luego de constatar que si los encuentros ocurren en los sueños con mayor razón ocurrirán en la vida cotidiana.
-FIN-