viernes, 24 de junio de 2011

EL CAFÉ TOPACIO II

2.- La mesera


Hay quienes no entienden de horarios, de por qué deben cerrar los bares; por qué las iglesias se mantienen cerradas por las noches cuando más almas en pena necesitan de un refugio; por qué los cementerios están amurallados.
Él era así.
Llegaba en la tarde y ponía su música. Bien distinta a la de los otros. Una música siempre triste, antigua, de voces rasposas o a punto del llanto.
Bebía la cerveza como no queriendo acabársela, a sorbitos. Un día me trajo una cajita de chocolates. Me asusté un poco. Pero como su sonrisa continuó siendo la misma me tranquilicé. Todo el tiempo me regalan cosas, baratijas, rosas de plástico o a punto de marchitarse, hasta poemas, escritos con lápiz, borrosos. Le regalé una cerveza, cuando ya estaba tan tomado que nunca lo podría recordar.
Venía en sus días de descanso. Los pasaba conmigo. Entre semana, cuando no hay mucha clientela. Eso luego me halagó. Con esto de la pinche soledad, de pasarse el único día libre lavando ropa o solamente durmiendo. Estar cerca de alguien. Aunque sea así.
Se esperaba hasta el último momento, hasta que apagábamos todo y no le quedaba más remedio que irse, como si no tuviera a donde ir; o si lo tenía no quería estar ahí.
Después dejó de venir. Se murió. Eso me dijeron. Todavía no lo creo. Será porque no admito que de pronto alguien se muera. Así nomás.
Y me quedó la costumbre de esperarlo; de vestirme pensando en sus deseos, inventándolos; de contener, con la mano, mi corazón cada vez que alguien empuja las puertas del “café topacio”.



Alej.orfebre

FIN

No hay comentarios:

Publicar un comentario