29-03-11
Circe, en tu isla resguardada por brutales arrecifes, ajena al lastre de brújulas imantadas o mapas de falseados rumbos.
Circe, altiva entre veladoras, aguardando a los sedientos viajeros, sirviéndoles el más antiguo brebaje. Y todos bebíamos sin cautela buscando, en los bordes del vidrio, al menos un pobre reflejo del paraíso.
Y me quedé contigo sin un barco por reconstruir, sin una tripulación para rescatar, enredado en un tiempo difícil de contener en tus formas, finas y curvas, como escultura de cristal.
Entre la concurrencia se afirmaba que habitábamos un laberinto: por su conjunto de estrechos corredores, las mesas como piezas inajustables, la música en limitadas tonalidades. E imperaba, entre los desencantados convidados, el deseo de dormir y ya no despertar.
Además se decía que tus ojos, hermosa Circe, no ven hombres sino almas descompuestas, extraviadas afuera de sus frágiles cascarones. Así, a tu lado, nunca habría salvación.
Y todos los días iguales: el lugar sombrío, la sumisa horda, la fría pócima.
Eso pensaba y lo escribía, a falta de papel y tinta, sobre la blanda arena de la playa. Las olas pronto lo borrarían dejándome sin memoria.
Hasta que en esta noche, de imponente luna, la marea dejó a mis pies el ansiado antídoto. No sé qué dios lo habrá perdido. No sé qué demonio me lo habrá otorgado. Con avidez consumí el antígeno y tu mágica poción perdió su efecto mítico.
Ahora, al amanecer, deberé partir de tu isla, sin compañeros de viaje, en inhóspita nave.
Soy Ulises, maldecido por dioses que no son los míos, errante entre islas vacías. Convencido de que, antes de retornar a Ítaca, descenderé al inframundo y, afortunadamente, sobreviviré.
Lo he leído en las gastadas páginas de un libro, durante mis últimos sueños. Un libro, cuyo título desconozco y que, cuando despierto, se vuelve elusivo polvo entre mis dedos.
El Fin
Alej .orfebre
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