Por: Alej.Orfebre
Llega por el metro Merced, mira la calle, te distraerá la mercancía, sobre tablones o en el suelo. Cruza la avenida, recorre dos o tres calles, da vuelta y quizá, a media calle, encuentres el establecimiento.
No tiene marquesina, ni puertas. Tres hileras de mesas lo conforman, sin manteles ni floreros. Al fondo una vieja rockola y, a un costado, el baño para hombres, sin agua o jabón.
Digamos que vas un viernes, a las tres de la tarde, entre el sol invernal y el aire frío. Ocupa una mesa y mira la calle; los transeúntes voltean a verte, los bocinazos, el clamor de los vendedores, todo permanece.
Mírala: el pelo negro, el rostro discretamente maquillado, el esbelto cuerpo, la mirada alerta y la espontánea sonrisa. Pídele una cerveza, asentirá y tomará una de un refrigerador vertical, la destapará. Mira sus manos, esos largos dedos, las uñas recortadas y sin pintar.
Toma un largo trago. Ahora ella aguardará en la amplia entrada, y el viento se arremolinará alrededor de su pelo, lo atraerá, y rechazará, y podrás constatar la comunión entre ella y esa fuerza natural.
De antemano te advierto, serás ignorado si osas mirarla en una forma distinta a la habitual. Deberás ser un tipo más que bebe y después se va, sin decir nada.
No aparezcas algún otro día, en el momento inoportuno, para decirle que quieres ser lo elemental en su vida: un parpadeo, un trago de agua, la luz del atardecer, su sueño apacible.
Qué le dirías: que hasta este día tu vida ha sido una constante búsqueda, un andar en círculos, repetirte hasta la nausea. Y que volverás, una y otra vez, tan sólo para verla y encontrar su sonrisa, sin importar si es de burla o conmiseración.
Pero, ahora, la verás todo el tiempo de pie, atenta a lo que pida la clientela. Y te parecerá mínimo el tiempo: lo que duran unas canciones, las cervezas, hasta el atardecer. Presentirás, el miedo que le provocan los pensamientos, las miradas, las palabras de tantos hombres, tantos días.
En este punto, deberás decidir si pides la siguiente botella o te retiras del lugar.
Permanecerás y la incomodarán la insistencia de tu mirada, los apuntes en tu libreta, el lento consumo de tu cerveza.
Anota que es joven, falda negra, blusa verde. Sirve platos de una comida pobre: va hasta la rockola y elige canciones que la gente le pide. Se desentiende de las ofensivas voces, los silbidos, las abusivas manos.
Deja de escribir. Ahora se interpone entre unos tipos a punto de gresca. Intuye cómo el temor fluye al interior de su blusa, hasta perderse entre los tejidos, en esa audacia cercana a la insensatez. O, te equivocas, y no siente miedo. Para ella, esos pobres son como marionetas, o endebles monigotes, y maneja sus hilos, los controla, quién se negaría a obedecerle.
Mira la noche sobre la calle. Pídele la cuenta, al pagar aprovecha y dale mi última carta. Te mirará sorprendida. Le dirás que no es tuya. Sólo un encargo.
Al mirar los torpes trazos recordará mis forzadas frases, mis letras absurdas, mi voz ahogándola.
Después intentarás ir hacia la calle, Aunque no tienes caso que te lo repita: no podrás salir.
Regresarás y pedirás otra cerveza.
FIN???
wowowooooooooots!!!!!!!!!!!
ResponderEliminarcasi la pude ver... gracias por esa narrativa y por la textura de la máquina de escribir... es algo que agradezco demasiado :D
Definitivamente me quedaré a tomarme otra cerveza.
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