jueves, 30 de diciembre de 2010

Testigo

Ahí se quedo él, temblando al borde, pasando la linea amarilla. Aún se oían el golpe, el grito agudo, el tren frenando y la gente aglomerándose.
Yo estaba muy cerca de ellos, aguardando como todos los días el metro. Estaba retrasado, más de lo normal y nos asomábamos a ver el interior del túnel esperanzados en mirarlo llegar.
Los jóvenes llegan, se detienen en la orilla y ven retadores, al foso, a las vías, al oscuro fondo. Eso ya no llama la atención de nadie.
Y quién podría adivinarlo. Se notaba tranquila, se diría que paciente en la espera, acostumbrada a las demoras. Ahora no podría describirla pues casi no la vi, sólo recuerdo un poco su voz de adolescente, la risa constante, algunos ademanes.
Y él se quedo ahí, con su camisa blanca manchada de sangre frente a las primeras ventanas del tren, atestadas de rostros.
De inmediato no supe qué hacer, lo miraba como los otros pasajeros: incrédulo, asustado.
Y me acerqué, quizá movido por un sentimiento de lástima o por pura curiosidad.
Y es que el muchacho algo repetía casi inaudible, poco comprensible y a punto del sollozo.
- Pinche Diana te hubieras suicidado cuando te dije. Pero no ahorita que tengo tanta prisa.

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